Lo que hará la privatización de la gestión de la Ciudad de las Artes y las Ciencias con ella no se puede predecir con seguridad, aunque sí hay quien augura que, si el nuevo plan fallase, “no seríamos la primera ciudad que cierra una estructura emblemática, como el Nyemeyer de Avilés”, vaticina el periodista Joaquim Clemente.
Aunque tampoco es cuestión de ponerse en lo peor. La rentabilidad, para el Secretario Autonómico de Turismo, Daniel Marco, es algo que se ha demostrado que existe en el complejo, y tanto él como el Conseller de Economía, Máximo Buch, exigirán al nuevo gestor el cumplimiento estricto del pliego “o deberán abandonar el complejo” dejando sitio a un nuevo operador. En cualquier caso, según Clemente, “siempre podríamos volver a la gestión pública”.
Por su parte, el Conseller de Economía, Maximo Buch, es optimista, pues uno de los efectos que tendrá la privatización de la gestión, según él, será la de darle un «aire nuevo» al complejo con nuevas ideas y propuestas originales para hacerlo atractivo.
Para el científico y coordinador del proyecto inicial de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, Antonio Ten Ros, la privatización sólo hará que continuar con la tendencia de deformar un proyecto que en nada se parece al que nació casi tres décadas atrás; y así lo expresa.
Sea como sea, el cambio supone abrir una nueva puerta, que para el arquitecto Luis Casado resulta positivo en la medida en que implica reflexionar y, de alguna manera, empezar de cero (escúchalo aquí).
No sabemos lo que pasará. Lo que es seguro es que hay que aprender de los errores, cuyo primer paso —reconocerlos— parece que ya está dado. Repensar lo que se quiere para Valencia y para la sociedad es quizá el punto de conexión que une a muchas partes, aunque una de ellas, impaciente y ahogada por las deudas, quiere atajar el problema con la solución más rápida y más fácil. El tiempo dirá si entregar la gestión de la Ciudad de las Artes y las Ciencias a manos privadas resultará un fracaso o una oportunidad, otro error o lo más acertado. Lo cierto es que, pase lo que pase, asistimos al fin de una etapa. La etapa de los excesos.